Los castigos arbitrales son un árbol gigantesco que no puede tapar el bosque de las carencias de este equipo y de este Club.
Han sido dos partidos demoledores, la verdad; tras que no entiendes por qué los árbitros tienen que ser así salvo que beneficien por real decreto a los teóricamente de arriba, poco te explicas la parcialidad de lo que ocurrió en casa ante el Atlético e Madrid, salvo eso, que los presupuestos mandan. Ante el Málaga me da a mí que llueve sobre mojado, más que el hecho de que siguieran contra nosotros una persecución que nadie entiende, como si fuéramos poco menos que un tumor en la categoría cuya extirpación pasara por ahogarnos hasta perecer solos. Si contra los colchoneros no hubiésemos tenido semejante expolio, lo del Málaga no hubiese pasado de ser una anécdota muy desagradable. Pero claro, a uno no le gusta conformarse con ver sólo lo que se ve y, mucho menos, atribuir a una sola causa dos derrotas con un montante total, nada menos, que de ocho goles encajados, lo peor desde que Hugo Galera viese peligrar la existencia del Manquepierda en el año 91. Sobre la calidad de esta plantilla esta temporada respecto de la pasada ya ha dicho Pepe Mel que “no le gusta el fútbol que jugamos pero hemos de acoplarnos a lo que tenemos”, con lo que, poquito a poco, se van aclarando las ideas de lo que hay y sobre todo, lo que nos queda. Me daba a mí la impresión que, sin perjuicios arbitrales, los resultados que hubiésemos obtenido en los dos partidos recientes no hubiesen sido derrotas abultadas, pero sí derrotas, en el mismo modo que cada vez estoy más seguro que, al menos en el medio campo este equipo ha empeorado en posesión de balón, recorrido y forma física.